Desde la entrada anterior, desde ese final abrupto, sigo pensando qué decir. Sobre qué hablar. Qué tengo yo que aportarle al mundo. Y descubro que no tengo absolutamente NADA que decir. Descubro que no soy alguien a quien le gusta escribir. Que sí que me gusta, pero bueno. No me gusta la escritura como fin. Que sí que me gusta, pero bueno.
Vale. Es muy pronto para hacer una recapitulación sobre esta misma entrada, pero es el momento. Si no lo hago ahora, me perderé en caminos de metáforas tontas y barrabasadas que escritas quedan aparentemente bonitas y resultonas. Pues eso, recapitulemos:
No tengo nada que decir, nada que aportar y no me gusta la escritura como fin, aunque, quiero escribir. Ahí tenemos un planteamiento, encaminadísimo a un nudo. Y esto se convertiría en una narración. Y entonces ¿Habría algo que decir? La búsqueda de un tema sobre el que escribir. Pero no deja de ser todo muy "meta", acercándonos otra vez el "escribir por escribir", que era justo de lo que habíamos decidido huir. Así que, "Las aventuras de Mario Larrá en busca de un tema sobre el que esccribir" es una historia que será contada en otra ocasión, probablemente nunca.
Bueno, con la tonteria, hemos dado un paso más en esta inútil y masturbatoria divagación. La narración. La narración es, para mí, la manifestación perfecta de la escritura. Siendo, como soy, una persona muy poco práctica, pero mucho menos teórica, toda escritura que no esté encaminada a narrarnos una historia, a hablarnos de unos personajes, me parece , en cierto modo, vacía.
Nótese que no utilizo vacía de forma despectiva, ni mucho menos. Pero, pongamos por el caso, una bolsa de patatas, un revuelto de risketos, jumpers y pipas con cáscara. Todo junto, así. Vale. Ahora imaginad que la bolsa que compráis justo, coincide, que por un fallo de mecanización, no tiene risketos, que además, resulta que son vuestros favoritos.
Pues vaya, ¿no?
En realidad, ahora que lo doy vueltas mucho más detenidamente, no pienso así del todo. Pero bueno. Sigamos.
A mí lo que me gusta es contar milongas. Pero no el hecho de contarlas. El hecho de creer que existen. ESO es lo bonito de la escritura. Hay mucho más que todo eso. Pero cuando realmente disfruto de la escritura (y de la creación en general, ya sea filmación o cómic [terreno en el que, durante este curso, me estoy sumergiendo irremisiblemente]) o teatro o cualquier mierda) es hacer creer a alguien que algo que sabe que es mentira, podría ser verdad. Esa existencia de cosas que has originado tú (en un nivel muy diferente al de tener hijos [nunca he tenido hijos así que hablo por hablar]) es lo que tengo que aportar al mundo. Lo que quiero aportar, vamos. Pasarme la vida contando mentiras que, a fuerza de que haya gente que quiera creerlas, a su manera, serán verdad. Por eso quiero escribir. Por eso me gusta escribir en realidad. Inventarme, por ejemplo, un perrito, decir lo que hace, cómo lo hace, qué amigos tiene, de qué color es y que alguien, pensando en ese perrito, sienta la misma ternura (o el miedo) que sentiría ante ese perro. Eso.
En realidad, esto que he contado no tiene mucho que ver con eso que empezaba a decir al principio de la entrada. Imaginaos, he cambiado hasta cinco veces el título. Al principio se llamaba "el silencio de la escritura". Y aún ahora, me estoy planteando el cambiarla por "Mario Larrá se hace pajas hablando de lo de siempre". Pero bueno, no lo voy a hacer, porque si lo hiciese, esta divertida frase perdería la gracia. Y tendría que borrarla. Bueno, o añadir una explicación diciendo que antes se llamaba <> pero que al final sí la he cambiado por lo de las pajas. Pero no, no lo voy a cambiar. Y voy a dejar de escribir ahora esta entrada y me voy a ir a la cama. Buenas noches a todos.
Os prometo que la próxima entrada será un poquito menos innecesaria.
Vale. Es muy pronto para hacer una recapitulación sobre esta misma entrada, pero es el momento. Si no lo hago ahora, me perderé en caminos de metáforas tontas y barrabasadas que escritas quedan aparentemente bonitas y resultonas. Pues eso, recapitulemos:
No tengo nada que decir, nada que aportar y no me gusta la escritura como fin, aunque, quiero escribir. Ahí tenemos un planteamiento, encaminadísimo a un nudo. Y esto se convertiría en una narración. Y entonces ¿Habría algo que decir? La búsqueda de un tema sobre el que escribir. Pero no deja de ser todo muy "meta", acercándonos otra vez el "escribir por escribir", que era justo de lo que habíamos decidido huir. Así que, "Las aventuras de Mario Larrá en busca de un tema sobre el que esccribir" es una historia que será contada en otra ocasión, probablemente nunca.
Bueno, con la tonteria, hemos dado un paso más en esta inútil y masturbatoria divagación. La narración. La narración es, para mí, la manifestación perfecta de la escritura. Siendo, como soy, una persona muy poco práctica, pero mucho menos teórica, toda escritura que no esté encaminada a narrarnos una historia, a hablarnos de unos personajes, me parece , en cierto modo, vacía.
Nótese que no utilizo vacía de forma despectiva, ni mucho menos. Pero, pongamos por el caso, una bolsa de patatas, un revuelto de risketos, jumpers y pipas con cáscara. Todo junto, así. Vale. Ahora imaginad que la bolsa que compráis justo, coincide, que por un fallo de mecanización, no tiene risketos, que además, resulta que son vuestros favoritos.
Pues vaya, ¿no?
En realidad, ahora que lo doy vueltas mucho más detenidamente, no pienso así del todo. Pero bueno. Sigamos.
A mí lo que me gusta es contar milongas. Pero no el hecho de contarlas. El hecho de creer que existen. ESO es lo bonito de la escritura. Hay mucho más que todo eso. Pero cuando realmente disfruto de la escritura (y de la creación en general, ya sea filmación o cómic [terreno en el que, durante este curso, me estoy sumergiendo irremisiblemente]) o teatro o cualquier mierda) es hacer creer a alguien que algo que sabe que es mentira, podría ser verdad. Esa existencia de cosas que has originado tú (en un nivel muy diferente al de tener hijos [nunca he tenido hijos así que hablo por hablar]) es lo que tengo que aportar al mundo. Lo que quiero aportar, vamos. Pasarme la vida contando mentiras que, a fuerza de que haya gente que quiera creerlas, a su manera, serán verdad. Por eso quiero escribir. Por eso me gusta escribir en realidad. Inventarme, por ejemplo, un perrito, decir lo que hace, cómo lo hace, qué amigos tiene, de qué color es y que alguien, pensando en ese perrito, sienta la misma ternura (o el miedo) que sentiría ante ese perro. Eso.
En realidad, esto que he contado no tiene mucho que ver con eso que empezaba a decir al principio de la entrada. Imaginaos, he cambiado hasta cinco veces el título. Al principio se llamaba "el silencio de la escritura". Y aún ahora, me estoy planteando el cambiarla por "Mario Larrá se hace pajas hablando de lo de siempre". Pero bueno, no lo voy a hacer, porque si lo hiciese, esta divertida frase perdería la gracia. Y tendría que borrarla. Bueno, o añadir una explicación diciendo que antes se llamaba <
Os prometo que la próxima entrada será un poquito menos innecesaria.
1 comentario:
Pues resulta que tengo otro amigo. Este busca el Grial. Y es negro.
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