Parte 1:
Parte 2:
Parte 3:
Llaman al timbre en mi sueño. Me levanto y abro la puerta. Hay un señor gordito, con cara de campana. No campana de iglesia. Campana de timbre, que suena. Sigue sonando. Le toco la campana, para que no vibre. El sonido pasa a través de mí, y es mi propio cerebro el que vibra y suena. El señor gordito ya no tiene cara de campana. Ahora tiene cara de señor gordito, que me mira y sonríe. Mi cerebro sigue sonando igual que el timbre de mi despacho. El señor me mira a la cara y me dice que se escribe vodka, no wodka. Le digo que lo escribo como me sale de los cojones. Pero en realidad no salen palabras de mi boca, sólo el timbre de mi despacho.Coño. Intento gritar. Timbre. Grito: Timbre. Grito: Timbre. Grito más fuerte y oigo un balbuceo ridículo salir de mi boca, y luego un cristal roto. Abro los ojos. Estoy tirado en mi escritorio. Suena el timbre. Hay demasiadas botellas de vodka vacías por ahí tiradas. El vaso, sin embargo, sigue lleno. Timbre. Noto la resaca asomando, detrás de mi nuca. Timbre. No hay que romper el ciclo del alcohol. Timbre. Me lo bebo de un trago. Timbre.
-¡COÑO, SÍ, ENTRA! -No sé quien es. Ni quien puede ser.
-¡ESTÁ CERRADO, VEN A ABRIRME!- Mierda, es una voz de hombre. Una vox populi de estas que hay miles. No se usa así vox populi. Ya lo sé.
-Ah, mierda ¡VOY! Pero voy despacio¡VOY, EH!¡NO TARDO NADA! Mentira.
Piso dos o veinte botellas de vodka, de camino hacia allá. Abro la puerta. Puñetazo en la cara. Lo recibo, quiero decir. Salgo corriendo otra vez hacia mi mesa. Piso una botella de Vodka, que rueda. Caigo al suelo, me parto el cuello y me muero. Es una mierda morirse. Se te desordenan los recuerdos. Acabas recuperándolos, en su orden correcto más o menos, pero tarda muchísimo. Unos seis años. Joder. No he muerto demasiadas veces. La primera fue muy cerca del polo. Creo que pasé unos seis años muertos, hasta que desperté mucho más al sur, en mitad de un Iceberg que flotaba frente a Alaska, con los dedos de los pies comidos por un oso polar. O congelados y rotos.
Una familia me adoptó durante un tiempo. Les ayudé todo lo que pude, y me dieron alojamiento y comida Pero me follé a su hija y el padre me metió un disparo en mitad del pecho. Tras una semana desperté, sin acordarme siquiera de quien era y porqué estaba desnudo en mitad de la nieve. Bajando hacia el sur me pilló un tren. Creo que me partió por la mitad, porque, mientras todo se apagaba, veía mis piernas frente a mí. No sé si me crecieron unas nuevas o los chicos de la morgue de Toronto, muy majos ellos, me las cosieron, pero el caso es que cuando me escapé de allí, las tenía. Junto con mis pantalones. Aquí, aunque me cueste reconocerlo, me habré muerto dos o tres veces de coma etílico. Sé que está mal. Pero, en los seis años que llevo aquí, sólo el vodka y el sexo me hacen olvidar. Bueno, en realidad no. En realidad me hacen olvidar el intentar recordar. Es una auténtica mierda el tener todo mezclado ahí dentro. Y las cosas que se van perdiendo, que también. Mira, noto algo de calor. Eso es que estoy resucitando, así que adiós...
No puedo mover las manos. Un señor vestido de una forma que no alcanzo a comprender está enfrente mío, hablándome en, creo, que inglés. Habla muy cerca de mí. Algo sale de su boca y acaba en mi cara. Una palabra me asoma al final del cerebro. Saliva. Hostias. Me acabo de dar cuenta. Es una palabra inglesa. Estoy pensando en inglés. Entonces, puedo entender lo que dice este tío.
-...staste con mi mujer, so cabrón. Te voy a matar. Poco a poco. Y no, no pongas esa cara.
Oh, genial. Justo acababa de recordar que acababa de resucitar.
Parte 2:
Parte 3:
Llaman al timbre en mi sueño. Me levanto y abro la puerta. Hay un señor gordito, con cara de campana. No campana de iglesia. Campana de timbre, que suena. Sigue sonando. Le toco la campana, para que no vibre. El sonido pasa a través de mí, y es mi propio cerebro el que vibra y suena. El señor gordito ya no tiene cara de campana. Ahora tiene cara de señor gordito, que me mira y sonríe. Mi cerebro sigue sonando igual que el timbre de mi despacho. El señor me mira a la cara y me dice que se escribe vodka, no wodka. Le digo que lo escribo como me sale de los cojones. Pero en realidad no salen palabras de mi boca, sólo el timbre de mi despacho.Coño. Intento gritar. Timbre. Grito: Timbre. Grito: Timbre. Grito más fuerte y oigo un balbuceo ridículo salir de mi boca, y luego un cristal roto. Abro los ojos. Estoy tirado en mi escritorio. Suena el timbre. Hay demasiadas botellas de vodka vacías por ahí tiradas. El vaso, sin embargo, sigue lleno. Timbre. Noto la resaca asomando, detrás de mi nuca. Timbre. No hay que romper el ciclo del alcohol. Timbre. Me lo bebo de un trago. Timbre.
-¡COÑO, SÍ, ENTRA! -No sé quien es. Ni quien puede ser.
-¡ESTÁ CERRADO, VEN A ABRIRME!- Mierda, es una voz de hombre. Una vox populi de estas que hay miles. No se usa así vox populi. Ya lo sé.
-Ah, mierda ¡VOY! Pero voy despacio¡VOY, EH!¡NO TARDO NADA! Mentira.
Piso dos o veinte botellas de vodka, de camino hacia allá. Abro la puerta. Puñetazo en la cara. Lo recibo, quiero decir. Salgo corriendo otra vez hacia mi mesa. Piso una botella de Vodka, que rueda. Caigo al suelo, me parto el cuello y me muero. Es una mierda morirse. Se te desordenan los recuerdos. Acabas recuperándolos, en su orden correcto más o menos, pero tarda muchísimo. Unos seis años. Joder. No he muerto demasiadas veces. La primera fue muy cerca del polo. Creo que pasé unos seis años muertos, hasta que desperté mucho más al sur, en mitad de un Iceberg que flotaba frente a Alaska, con los dedos de los pies comidos por un oso polar. O congelados y rotos.
Una familia me adoptó durante un tiempo. Les ayudé todo lo que pude, y me dieron alojamiento y comida Pero me follé a su hija y el padre me metió un disparo en mitad del pecho. Tras una semana desperté, sin acordarme siquiera de quien era y porqué estaba desnudo en mitad de la nieve. Bajando hacia el sur me pilló un tren. Creo que me partió por la mitad, porque, mientras todo se apagaba, veía mis piernas frente a mí. No sé si me crecieron unas nuevas o los chicos de la morgue de Toronto, muy majos ellos, me las cosieron, pero el caso es que cuando me escapé de allí, las tenía. Junto con mis pantalones. Aquí, aunque me cueste reconocerlo, me habré muerto dos o tres veces de coma etílico. Sé que está mal. Pero, en los seis años que llevo aquí, sólo el vodka y el sexo me hacen olvidar. Bueno, en realidad no. En realidad me hacen olvidar el intentar recordar. Es una auténtica mierda el tener todo mezclado ahí dentro. Y las cosas que se van perdiendo, que también. Mira, noto algo de calor. Eso es que estoy resucitando, así que adiós...
No puedo mover las manos. Un señor vestido de una forma que no alcanzo a comprender está enfrente mío, hablándome en, creo, que inglés. Habla muy cerca de mí. Algo sale de su boca y acaba en mi cara. Una palabra me asoma al final del cerebro. Saliva. Hostias. Me acabo de dar cuenta. Es una palabra inglesa. Estoy pensando en inglés. Entonces, puedo entender lo que dice este tío.
-...staste con mi mujer, so cabrón. Te voy a matar. Poco a poco. Y no, no pongas esa cara.
Oh, genial. Justo acababa de recordar que acababa de resucitar.
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