James Rubber-Smtih se alejó unos pasos de la mesa de laboratorio en la que había consumido los tres últimos años. Se sintió un poco bastante Víctor Von Frankenstein durante un lapso indeterminado de tiempo.
Sobre la mesa, una botellita, así, como con mucha seguridad. Que si barras de acero, blindaje, válvulas y cosas de ese tipo. Dentro de todas esas cosas, la botellita. De cristal, y aparentemente vacía. Pero, claro, eso: Aparentemente. En su interior, se almacenaba MIEDO PURO.
Sobre la mesa, una botellita, así, como con mucha seguridad. Que si barras de acero, blindaje, válvulas y cosas de ese tipo. Dentro de todas esas cosas, la botellita. De cristal, y aparentemente vacía. Pero, claro, eso: Aparentemente. En su interior, se almacenaba MIEDO PURO.
A James Rubber-Smith había tenido la idea leyendo el libro este de Patrick Süskind. "El Perfume". Auténtico miedo en un frasco.
Una famosa productora de cine había financiado su proyecto. Tenían planeado liberar la válvula que dejaba salir al miedo en los grandes estrenos de películas de terror. Mantenerlo en secreto, dejar que las personas y los críticos de cine de la sala respirasen en miedo y todas las películas lo petasen muchísimo. Petarlo muchísimo en lo referente a dar miedo.
James Rubber-Smith abrió un poco la espita del tarro. Se veía claramente que estaba vacía. Que no había nada dentro. El miedo sonaba muy poquito al salir. Así Psssss. Sólo lo oías si te callabas mucho. James Rubber-Smith se asustó muchísimo. La tuvo que cerrar muy rápido, sintiéndose como un animalito vulnerable. Un rato después de haberla cerrado, recuperó su humanidad, salió de debajo de la mesa, se secó las lágrimas y se puso a pensar.
"Leches, qué raro" No era raro, era lo que tenía que pasar. Pero no esperaba que le pasase a él. Él sabía cómo funcionaba el tarro y tal y cual y todo eso. "Será placebo". O algo. Cuando ya dejó de importarle lo humillado y vejado que se había sentido, volvió a ser un científico del todo y pesó la botella, para averigüar la cantidad de miedo perdido. "Quizás la salida de miedo es demasiado amplia, y ha salido como muchísimo miedo, y por eso me he cagado entero." Pero no. No se había perdido nada. O tan poquito, que su báscula digital hiperprecisa de laboratorio de pelicula no era capaz de diferenciarlo. Así que, QUIZÁS, el frasco del miedo, tenía MIEDO INFINITO en su interior. O miedo virtualmente infinito.
"Leches, qué raro" No era raro, era lo que tenía que pasar. Pero no esperaba que le pasase a él. Él sabía cómo funcionaba el tarro y tal y cual y todo eso. "Será placebo". O algo. Cuando ya dejó de importarle lo humillado y vejado que se había sentido, volvió a ser un científico del todo y pesó la botella, para averigüar la cantidad de miedo perdido. "Quizás la salida de miedo es demasiado amplia, y ha salido como muchísimo miedo, y por eso me he cagado entero." Pero no. No se había perdido nada. O tan poquito, que su báscula digital hiperprecisa de laboratorio de pelicula no era capaz de diferenciarlo. Así que, QUIZÁS, el frasco del miedo, tenía MIEDO INFINITO en su interior. O miedo virtualmente infinito.
Semanas después, estrenaban una película de terror sobre un violador de cerebros, muy retorcida, muy conceptual, que, en algún visionado previo no había conseguido los resultados de MIEDO que se esperaba de ella. Muy Posmoderna. La peli estaba muy bien, a ver, pero, el miedo era ... bueno, digamos que... había que entender la peli, para sentir el miedo. Y no todo el mundo era capaz de entenderla. Había que ser muy listo. Muchísimo. Vamos, que, como os podéis imaginar, era la peli PERFECTA, para hacer la primera prueba del Tarro del miedo. Haciendo a caso a James Rubber-Smith, que estaba en las oficinas del cine donde se proyectaba, junto a los productores, habían adaptado el tarro para que pudiese abrirse con un sistema electrónico a distancia, en los momentos de miedo de la película.
Antes de empezar la película, James Rubber-Smith se fijó en que la sala de proyecciones estaba justo al lado de las oficinas. Y que se comunicaban mediante los conductos de aire acondicionado. Recordó el día que abrió la válvula, en su laboratorio y, poniendo como excusa una repentina cagalera (en realidad dijo indisposición, pero todos los productores pensaron que era cagalera, por el lenguaje verbal tan depurado que James Rubber-Smith utilizó), volvió al hotel. Cerró bien las puertas y ventanas, y puso toallas en las junturas para que no entrase miedo (el hotel no estaba demasiado lejos de los cines). Una vez asegurado, llamó a los productores por skype.
Y comenzó el experimento.
Nadie. NI UNA PUTA PERSONA en el cine tuvo la mínima pizca de miedo. No eran gente inteligente, eso lo primero. Porque si fuesen inteligentes hubiesen entendido la película y tenido miedo y tal. Pero, bueno, eso es otra historia y ya se contó en su día. El caso, es que, pese a todo, el frasco del miedo no fue un fracaso. En la oficina, todos los burócratas y productores estaban TIRADOS POR EL SUELO de miedo puro. A los tres minutos de abrir la cápsula tuvieron que activar el cierre de emergencia, para cerrarla, del PUTO MIEDO PURO que estaban pasando. Pero, eso no era todo. En el Hotel, James Rubber Smith sangraba de las manos. En cuanto comenzó a sentir miedo cerró el Skype. El miedo continuaba, así que apagó el ordenador. Lo tiró al váter. Y como aún así no funcionaba, excavó con las uñas en las paredes, hasta encontrar el cable del internet y arrancarlo.
Un auténtico éxito. Simplemente, que no habían previsto que, para que el tarro funcionase, había que saber de la existencia del mismo. Un problema menor.
Además, el tarro del miedo seguía pesando igual.
Para la próxima prueba, se hizo una campaña de publicidad impresionante. Se presentó a James Rubber-Smith en sociedad; él y su frasco, claro. Se dijo que se iba a utilizar en la próxima película de terror de la productora. Mucha gente no lo creía, pero, varios productores de los que lloraron como nenas durante el estreno de la peli del violador de cerebros tampoco se lo creían.
Llegó el día. James Rubber-Smith y los productores estaban en un avión. Querían estar lo más lejos posible del tarro en el momento que se abriese. La campaña de publicidad incluía una webcam que apuntaba directamente al público que iba a ver la película. Así la gente en sus casas podía ver el miedo ATROZ que la gente estaba pasando. Había tenido muchísimo eco en los medios, así que casi todo el mundo que tenía internet sabía casi todo de este tema. Para evitar peligro, el cierre y la apertura del frasco, estaba totalmente robotizado. Se iba a abrir intermitentemente durante periodos de décimas de segundo en los momentos de susto de la película.
Pero, ese día, descubrieron otra cosa nueva sobre el frasco del miedo. Cada vez que se abría, TODO EL MUNDO que supiese que se abría, se moría de miedo. Durante la duración de la película, casi el 50% por ciento de la población de la tierra, sentía un miedo terrible. Y era un número creciente. Simplemente con que alguien oyese de refilón lo que estaba ocurriendo, comenzaba a morirse de miedo también. Afortunadamente, la película estaba a punto de acabar. No quedaba nadie en la sala, excepto un pobre chico en silla de ruedas, que había sido abandonado allí por su familia en pleno ataque de pánico. Era una sala de estas en escalera, por lo que se había tirado de la silla y estaba arrastrándose hacia la salida. De pronto, los violines de la banda sonora hicieron el "Pachín" típico de los momentos de susto y el frasco del miedo volvió a abrirse otro poco. El chico de la silla de ruedas (Se llamaba Jaime Wilson) sacó fuerzas de su miedo, y corrió con sus brazos hasta donde estaba la cápsula (debajo de la pantalla, bien a la vista) y la arrancó de donde estaba. Con tan mala suerte, que al arrancarla, el sistema de cierre siguió anclado a la pared, y el frasco del miedo se quedó totalmente abierto. No había manera de cerrarlo ya.
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